Nací católico. Bueno, nadie nace católico, pero yo casi. La enfermera me bautizó de emergencia al poco de nacer, para que en vez de al limbo fuera al cielo, porque el médico dijo que mis horas estaban contadas (parece que se equivocó en sus previsiones). Después me crié en una familia católica medianamente prácticante, de misa dominical, después de la cual mi padre nos llevaba a tomar refrescos a uno de los bares del pueblo. Pasé por las catequesis, dadas por los curas correspondientes, para los ritos de la Primera Comunión y, años después, de la Confirmación. En mi juventud mi profesora de religión, una monja, ante preguntas que ella no podía responder me presentó a un jesuita al que se las hice. Siempre todos los curas que conocí me trataron con respeto, educación y paciencia, respondiendo a todas mis preguntas de forma dedicada y amable. Jamás vi en ninguno de ellos ningún tipo de acercamiento inapropiado hacia mi persona. De todos lo único que puedo decir es que guardo un recuerdo muy positivo, como personas y como educadores. Tampoco nunca escuché a alguno de mis amigos o conocidos decir que un cura había intentado mantener algún tipo de contacto sexual con ellos.
Vaya el anterior prólogo para decir que, evidentemente, mi propia experiencia me confirma que no todos los curas son unos pervertidos sexuales que solo buscan a los niños para obtener placer sexual. Es más, estoy convencido de que esos pervertidos fueron y son una minoría dentro del clero católico, y que la inmensa meyoría en el pasado fueron hombres que intentaron ayudar a los demás desde la profesión religiosa que eligieron, algo que se sigue produciendo en el presente.
Pero, pero, pero...
Es evidente que no todos los niños fueron tan afortunados como yo. Los hubo que se encontraron con unos curas pervertidos que abusaron sexualmente de ellos. De algunos en forma de tocamientos indebidos. De otros llegando a la más terrible violación. Es decir, está meridianamente claro que una parte del clero católico, minoritaria sin duda, se aprovecho de su posición para cometer abusos sexuales a niños. Algo de lo que no se puede culpar en este punto a la Iglesia Católica. Porque canallas pervertidos los hay en todas partes. Unos con sotana y otros sin ella. La mayoría sin duda sin ella.
Pero, pero, pero...
El problema real es qué hicieron las autoridades de la Iglesia Católica cuando tuvieron conocimiento de que un miembro de su clero estaba cometiendo esos abusos sexuales a niños. Y la respuesta, vez tras vez, es solamente una. Nada. Absolutamente nada. No le expulsarón del clero, ni dieron parte a las autoridades civiles, ni lo comunicaron a la sociedad. Lo que hicieron sistemáticamente las autoridades católicas fue ocultar el problema, incluso moviendo al canalla abusador a otro lugar en el que ocupara también responsabilidades clericales, las cuales en muchos casos fueron aprovechadas para seguir con los mismos abusos sexuales. Y esas decisiones fueron tomadas por obispos, arzobispos, cardenales, papas. Ha sido una filosofía de comportamiento generalizada en toda la Iglesia Católica. Negar el problema y proteger a los culpables. Algo que se extiende incluso hasta el presente (lógicamente en mucho menor grado obligados por las circunstancias), como se puede ver por casos que he comentado en este blog.
Es lo que ha llevado a algunos a calificar a la Iglesia Católica como una organización criminal, en el sentido de que eran conscientes como organización del grave delito que se estaba produciendo en su seno por una parte de su clero de abusar sexualmente de niños y niñas, y no hicieron absolutamente nada para evitarlo, sino que en lugar de ello optaron, repito, como organzación por ocultar el problema y proteger a los canallas.
Abandoné la Iglesia Católica, por causas completamente ajenas a esta cuestión, cuando contaba diecisiete años. Tengo que decir, con tristeza, que si no lo hubiera hecho entonces y hubiera permanecido dentro hasta estos días, abandonaría la Iglesia Católica ahora. Lo ocurrido me parece una auténtica barbaridad. Ninguna organización (social, económica, política, religiosa o lo que sea) que protege la pederastia en su seno merece el menor respeto. Y no se me ocurriría permancer dentro de ella por ningún motivo.
En este punto quiero hacer una aclaración. Soy evangélico. Pero cuando escribo sobre este asunto no lo hago ni de lejos como tal. Lo hago como persona. Una persona que cree aún en la justica como base de la sociedad y de cualquier organización. Una justicia que la Iglesia Católica ignoró de forma intencionada y sistemática, eligiendo proteger a los canallas pederastas y desamparar a las inocentes víctimas.
Por eso he escrito sobre el tema. Porque considero que los gravísimos hechos merecen la máxima difusión. Y por lo mismo seguiré escribiendo sobre el asunto. No soy juez. No pretendo juzgar. Solamente soy un casi desconocido blogger en un pequeño rincón de la red. Y como tal seguiré expresando mi opinión. Nada más. Nada menos.
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