Desde el principio la concesión del Mundíal de Futbol 2022 a Qatar olía mal. No era normal darle el mundial a un país sin tradición futbolera, con temperaturas intratables que finalmente han obligado a trasladar la competición a finales de otoño y en un lugar donde, a causa del fanatismo religioso del régimen, no está claro si los seguidores de las diferentes selecciones van a poder disfrutar de todas las libertades. Pero, eso sí, con petróleo (mucho petróleo) y dinero (mucho dinero).
Ahora ya sabemos para lo que sirvió ese dinero. Para sobornar. Para empezar a Michel Platini. Pero no creo que sea el único.
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