Estoy alucinando con los profundísimos comentarios sobre el libro El Director, de David Jiménez. Que si cuando era corresponsal en Asia vivia a no sé qué alto nivel, que si cuando llegó pidió a la empresa un coche carísimo, que si es imposible que antes de tomar el cargo de director de El Mundo no supiera la presiones que el director de un importante periódico recibe, que si mucho de lo que cuenta en su libro son cotilleos de empresa, que si tal y que si cual.
Todo lo anterior no es más que poner el acento en David Jiménez y no en lo que David Jiménez dice. Y el eje central de su libro no es ni él mismo ni los cotilleos de la redacción de El Mundo (dicho sea de paso, todos los días leemos cotilleos escritos por periodistas sobre, por ejemplo, políticos, ¿cuál es el problema en que ahora se escriban cotilleos sobre los mismos periodistas?). Ese eje central de El Director no es otro que cuando afirma (lo voy a poner en mis propias palabras) que existen periodistas corruptos (y al parecer muchos) que aceptan sobornos de empresas a cambio de escribir artículos positivos sobre ellas y sobre todo de silenciar noticias negativas de las mismas.
Y llegados a este punto la pregunta que debemos hacernos es solamente una: cuando está haciendo tal afirmación, ¿David Jiménez dice la verdad o miente?
Hasta ahora no he leído o escuchado a nadie que diga que David Jiménez miente. Y eso me parece gravísimo. Porque me da la impresión que lo que se está haciendo es poner la mirada en el dedo de David Jiménez (que a unos les parecera bonito y a otros feo, eso es cuestión de gustos) y no en la luna que señala. O, mejor dicho, se está intentando que el personal mire al dedo, porque a esos peridistas corruptos no les interesa que ese personal mire a la terrible luna que señala.
Así que vamos a hablar de los periodistas corruptos, que es el mensaje, y dejar de matar al mensajero, David Jiménez.
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