Tuve la oportunidad de
ver la sesión de la
mañana del primer día de la moción de censura. Me sorprendió agradablemente Santiago Abascal en la presentación de la moción, yendo al choque, cantándole las verdades del barquero a Pedro Sánchez. El Presidente intentó zafarse del cuerpo a cuerpo, pero el voxero le acorraló, particularmente con las ventajas pasadas a secesionistas, malversadores y violadores y las futuras a transexuales, reales o supuestos. Muy bien Abascal, sin duda (únicamente con el error de criticar a la prensa, algo totalmente fuera de lugar).
Y luego llegó la estrella del espectáculo. Ramón Tamames pronunció un discurso que más parecía una mala conferencia. Tras el cual llegó la educada y larga réplica de Pedro Sánchez. Le machacó. Con educación, pero sin piedad. Lo que no pudo hacer con Abascal, que tiene el colmillo muy retorcido, Sánchez lo hizo a placer con Tamames, que parecía un niño desvalido. Hasta el punto de que Tamames, que no tenía límite ni en el número de intervenciones ni el tiempo de las mismas, presa de la impotencia de saberse incapaz de responder a Sánchez, incluso llegó a interrumpirle con mala educación mientras estaba en el uso de la palabra en la tribuna de oradores, por lo que justamente recibió una amonestación de Meritxell Batet. Resultaba patético, incluso grotesco, ver a Tamames atreverse, en un gesto de prepotencia y egocentrismo, a dar consejos a la Presidente del Congreso sobre como se debería cambiar el Reglamento de la Cámara para limitar el tiempo de los miembros del Gobierno, cuando él no estaba ahí para eso, sino para hacer lo que no hizo, debatir su propuesta de Gobierno.
Y después fue el turno de Yolanda Díaz, que volvió a machacar a Tamames, el cual hizo uso de su derecho a réplica por unos pocos minutos. Y fue el final. Porque después, por lo que parcialmente pude seguir en la sesión de la tarde, Tamames optó por no intervenir más. Por cierto, que en ningún momento le vi tomar ni un solo apunte.
Una moción de censura, sobre todo si se presenta no para ganarla, porque los números no dan, como es la presente, sino para poner en evidencia al Gobierno y mostrar una alternativa al mismo, todo de cara a los votantes, se ha de aprovechar para dejar muy claras esas dos cosas. Y el sistema en el debate facilita mucho esas metas, porque el candidato de la moción puede replicar siempre que quiera (sin interrumpir los turnos de palabra, la única y lógica limitación, que Tamames, repito, maleducadamente se saltó) y sin ninguna limitación de tiempo. Pues a eso Tamames renunció, interviniendo en réplicas primero poco y después nada. Está claro que, probablemente por el cansancio físico y la alta exigencia mental (es uno contra todos), el debate de la moción de censura le viene grande a Tamames. Su cara de cansancio parecía denotar que quiere que se termine cuanto antes.
Vox ha desaprovechado una gran ocasión, convirtiendo esta moción de censura primero en una película de suspense, mediante su pública búsqueda de un candidato, y después en un circo, por la gran exposición del candidato en los medios de comunicación, circo que ha llegado al Congreso de los Diputados. Mejor lo habría hecho proponiendo a Abascal como candidato cuando estalló el escándalo de la modificación del Código Penal para beneficiar a sediciosos y malversadores por el solo hecho de ser apoyos parlamentarios del Gobierno. Pero, desaprovechada aquella oportunidad, esta moción de censura se les ha podrido entre las manos a los voxeros.
Y, como lo que mal empieza tiende casi siempre a empeorar, el resultado es una moción de censura que se ha convertido en un circo con un candidato en el papel de payaso. Menos mal que, al menos ayer, el payaso lo fue light y no a lo bestia. Dicen que eso fue suficiente, que la payasada fue moderada, para que en Vox respirasen tranquilos. Del mal el menos, deben haber pensado.
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