Hace unos días tuvimos una pequeña reunión familiar, con motivo de la celebración de un cumpleaños. Salió el tema de Lia Thomas (la persona que, debido a su transexualidad, pasó de
competir en pruebas universitarias estadounidenses masculinas de natación, con marcas mediocres, a hacerlos en pruebas femeninas, en las que arrasaba) -en la foto-. Comentamos el testimonio de Riley Gaines, nadadora que se vio obligada contra su voluntad a compartir el vestuario femenino con, como ella dice, un hombre de 22 años, de 1.90 m., que mantenía intactos sus genitales masculinos, lo que produjo, y vuelvo a citar, como muchas de nosotras nos hemos sentido incómodas, sorprendidas, avergonzadas, y hasta traumatizadas con la experiencia.
Mi hija nos dijo que había visto el testimonio. Y comentó que con ser grave hay situaciones muchísimo más graves. Como, por ejemplo, que un caso así se diera en la high school (escuela secundaria en Estados Unidos), en la que, nos añadió, están jóvenes (chicas y chicos) desde que inician su octavo grado, con 14 años, hasta que finalizan el duodécimo, con 18. Esto daría la posibilidad (certeza probablemente en otros estados más izquierdistas que Texas) de que un hombre de 18 años autodeclarado mujer comparta vestuario con niñas de 14. Como dijo mi hija, una auténtica barbaridad.
Pero barbaridad que con toda seguridad se va a dar en España con la ley trans. Las edades son diferentes, pero eso no quitará de que haya chicos de 16 años, tal vez incluso 17 o 18 si son repetidores, autodenominados chicas, compartiendo vestuario con niñas de 12 años. Lo dicho, una auténtica barbaridad. Y, con el libertinaje sexual que hay en España, de consecuencias impredecibles (o tal vez perfectamente predecibles).
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