Quería conquistar Ucrania en un par de días o, a lo sumo, en un par de semanas. Quería asestarle un duro golpe a la OTAN, tal vez el que acabara definitivamente con la organización, que no atravesaba por sus mejores momentos precisamente. Pero ni lo uno ni lo otro. Putin cometió el enorme error de confundir sus deseos con la realidad.
No solamente no conquistó Ucrania, sino que ahora dicho país es, aunque tal vez nunca lo sea de derecho, un miembro más de hecho de la Alianza (una Alianza más unida y revitalizada que nunca). Su armamento ya está en total consonancia con el de la organización armada, su ejército actúa en perfecta coordinación con los ejércitos de los países miembros.
Pero el fracaso de Putin no se queda ahí. La realidad es que Ucrania nunca será parte de Rusia. Nunca. Hasta la invasión muchos pensaban que las diferencias entre Rusia y Ucrania eran mínimas. Hoy ya no es así. Rusia ha producido con sus atrocidades un auténtico odio en Ucrania. Los ucranianos jamás aceptarán, bajo ninguna circunstancia, ser parte de Rusia. Y no es el odio solamente. Porque también la guerra de defensa ha producido un enorme sentimiento nacionalista ucraniano. Sentimiento que hace que Ucrania quiera ser independiente, por supuesto, pero con una independencia que mira a la Europa democrática y da la espalda a la Rusia tirana.
El fracaso de Putin en su operación especial en Ucrania es tal que ahora es Rusia quien solicita un alto el fuego y es Ucrania quien orgullosamente se lo niega. Es lo que tiene creerse una potencia mundial cuando no se pasa de ser, en todos los sentidos, un país tercermundista.
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