Acabo de escuchar a Iñigo Alfonso, en Las mañanas de RNE, entrevistar a una experta en no sé qué sobre lo que él ha llamado los recientes y alarmantes casos de violencia sexual cometidos por jóvenes.
La mujer, no dudo que con buena intención, ha dado unas soluciones al problema que, sinceramente, no sé ni como calificarlas.
Dice que no se puede dejar a los chavales que navegen solos por internet. Ya, claro, supongo que controlándoles los teléfonos móviles de pantalla casi igual a la de un ordenador portatil. Y, después de haberles dado toda la libertad del mundo, ellos se van a dejar, así sin más, ¿verdad?
Cuando Alfonso le ha preguntado sobre como controlar la influencia de la la pornografía en la juventud (me sorprendió que sacara el tema, porque suele ser tabú en España relacionar violencia sexual y pornografía) la señora, después de un pequeño sonido gutural, ha vuelto a decir que a los jóvenes hay que educarlos en sexualidad, porque aunque ellos lo crean, no son independientes. O sea, eso cuando llevan décadas potenciando la hipersexualización (incluyendo la pornografía). Y la libertad de la juventud. Sumen las dos cosas y el que quiera intentar lleva a la práctica la solución educativa de esta mujer lo mejor que le puede pasar es que los jóvenes a los que se dirija se le rían en su cara.
Ha seguido diciendo que la educación afectivo-sexual debe darse, en segundo lugar de imporancia, en las aulas. Con unos profesores, añado yo, a los que se les ha eliminado practicamente toda autoridad, ¿no?
Y ha afirmado que esa educación afectivo-sexual debe darse en primer lugar y el más importante en la familia. Vamos, en esa familia que se han conseguido cargar desde que se lo propusieron allá por 1982; esa familia que poco o nada puede enseñar porque en lo que cree es en eso, poco o nada.
Desde este blog lo vengo diciendo desde hace años. Las consecuencias del desarme moral de la sociedad serían durísimas. Aquí están. Una juventud sin freno. Jóvenes que se convertirán en breve en adultos, igualmente sin freno.
Y lloran el desastre. Y persisten en las mismas filosofías que han conducido a la sociedad española a este desastre. Lo que hará que, por desgracia, el desastre siga en aumento. Mucho.
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