Aquí donde vivo, en una pequeña ciudad cercana Houston, el covid es cosa del pasado. Algunos sigue llevando mascarillas y algún que otro establecimiento relacionado con la salud la exige. Pero son anécdotas.
Lo que me sigue recordando la pandemia cada día que voy al trabajo son los negocios que se cerraron obligatoriamente durante el confinamiento (que por estos lados fue más bien un cierre de negocios no exenciales, porque nunca la policía se dedicó a obligar a la gente a que permaneciese en sus casas) y que no pudieron volver a abrir. Cuántos pequeños empresarios arruinados, cuántos trabajadores al desempleo.
¿Y todo para qué? Para que, cuando se abrieron los negocios de nuevo y la incidencia del covid se disparó otra vez, como ya no se podía volver a obligar a cerrar, se optará por la obligatoriedad de la mascarilla, la distancia de seguridad de dos metros y la apelación a la responsabilidad individual.
¿Y no se pudieron hacer esas cosas antes, sin obligar a cerrar los negocios? Sin duda esos negocios hubieran sufrido un poco, porque el miedo es libre, pero muchísimo menos de lo que sufrieron, y que, aún hoy, dos años después, las consecuencias se pueden ver en los establecimientos cerrados. ¿De qué sirvió todo aquello, aparte de para destrozar muchas economías, tanto de pequeños propietarios como de trabajadores? Para nada. Para absolutamente nada.
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