Recuerdo que leí a alguien, ya entrado en años, que dijo algo así: Cuando era niño la homosexualidad era perseguida, cuando era joven era tolerada, cuando me convertí en adulto era permitida, ahora que soy anciano es promocionada, espero no vivir lo suficiente para ver que sea obligatoria.
Es un poco mi experiencia, ya cercano a los sesenta años. En mi juventud los homosexuales no eran perseguidos, pero la burla generalizada de ellos, injusta sin duda, era la norma. Poco a poco fueron avanzando en la consecución de la justa igualdad, hasta conseguir salir del armario y sentirse orgullosos de ser homosexuales, a lo cual, también sin duda, tenían derecho.
En la sociedad semiurbana texana en la que vivo, bastante conservadora, los homosexuales son aceptados sin el menor problema; algunos incluso alardean de su condición y otros son un poco exhibicionistas, sin que pase nada por ello. Cada uno es cada uno y tiene sus cadaunadas, que diría aquel. Objetivo conseguido para ellos, ¿no?
Pues no. Cuando los homosexuales (y los bisexuales, claro) han conseguido la igualdad total con los heterosexuales, aparece una nueva variante, mucho más peligrosa: la transexualidad. Y digo que es mucho más peligrosa porque la homosexualidad, para cualquiera que se arrepienta de haber tomado ese camino, no implica mayores problemas para cambiar a la heterosexualidad. Pero la transexualidad en muchos casos es un camino irreversible, con, por ejemplo, la doble mastectomía para el cambio de mujer a hombre y la vaginoplastia para el de hombre a mujer; ciertamente algunos podrían decir, y con razón, que es el final del camino. Pero desde el inicio se acude a, entre otras cosas, la famosa terapia hormonal, que es, entre otras cosas, la introducción en el cuerpo de hormonas contrarias al sexo biológico, así como, a la vez, la igual introducción de los bloqueadores de la hormona natural acorde a ese sexo biológico. Se conocen algunos graves efectos secundarios de esta hormonación artificial, tales como que afecta a la fertilidad y a la función sexual, pero se desconocen otros que, a base de experimentación, irán apareciendo. Pero bueno, volvemos al tema de que cada uno tiene sus cadaunadas, así que, disponiendo de la información, que cada cual asuma las decisiones y los riesgos que libremente quiera.
Ahora bien, lo anterior no es el problema. El problema, extremadamente grave, es que esa transexualidad se está promocionando entre la juventud e incluso, ojo al dato, entre la niñez. Y los jóvenes, e incluso niños, lo están tomando como una moda. O como una especie de solución mágica al cualquier problema personal, psicológico o de integración que tengan. Ah, tengo este problema (el que sea, da igual) porque estoy en un cuerpo equivocado: soy trans. Así de fácil.
Y no, no es tan fácil. Un joven, y menos aún un niño, no tienen la madurez para saber, menos aún asumir, los cambios irreversibles que se van a producir en su cuerpo y en su vida con la decisión que han tomado, porque es la moda. Ser trans es mucho más que una forma de llevar el pelo y de vestirse. Lo anterior es el travesti (o la travesti) de toda la vida. Pero la transexualidad implica los mencionados cambios hormonales que van a afectar al cuerpo muy probablemente para siempre.
Y lo peor es que esta transexualidad, hormonada artificialmente con fortísimas medicinas en dos vías (hormonas contrarias al sexo natural y, a la vez, bloqueadores de la hormona natural), se está animando a que se inicie lo antes posible para así evitar los naturales cambios que se producen en la pubertad. Pubertad que empieza normalmente desde los ocho años en las niñas y desde los diez en los niños.
Vamos, que desde instancias gubernamentales y educativas se está promocionando entre la juventud y la niñez iniciar un camino de cambio de sexo irreversible; en menor o mayor grado, pero irreversible; y con efectos secundarios ahora mismo totalmente desconocidos, por lo que debería ser considerado como un tratamiento experimental.
Y lo anterior sin tener en cuanta los trastornos psicológicos, mentales, pensamientos suicidas e intentos de suicidio, que estadísticamente son mucho mayores entre los transexuales que entre los heterosexuales, homosexuales o bisexuales.
Pues en estas estamos. Como leí en algún sitio, hoy en las escuelas y en los institutos de España lo que está de moda no es la homosexualidad, sino la transexualidad. De moda. Y se les anima a experimentar. Han pasado de animar a la homosexualidad a animar a la transexualidad.
¿Qué será lo próximo? No tengo ni idea. Y lo más probable es que no viva lo suficiente para verlo. Pero estoy seguro de que alguna barbaridad mayor se les ocurrirá. Con consecuencias, claro, mucho peores. Porque estos no dan marcha atrás, sean las consecuencias las que sean. Malas, muy malas o peores.
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