Con esta historia
personal quiero rendir
un pequeño homenaje
a Felipe González y a Inocencio Arias. En el ámbito político ya he dejado claras por aquí
mis opiniones sobre el expresidente y no las
voy a repetir porque no quiero mezclar unas cosas con otras que no tienen nada que ver. Esto es un homenaje personal y no político.
Corría el año 1992 y yo estaba en Bolivia. Había terminado los asuntos que me llevaron al país sudamericano, pero por un problema burocrático con el Consulado de España en La Paz no podía salir del país. Y yo necesitaba y quería regresar a España. Después de varios intentos a distancia (yo estaba en Cochabamba) me enteré de que Felipe González visitaría La Paz en una determinada fecha. No me lo pensé dos veces y volé a La Paz unos días antes.
Cuando llegué fui a la sección consular de la Embajada de España y hablé con la cónsul. De forma muy amable, pero también firme, me dijo que ella no podía hacer nada mientras no tuviera respuesta desde el Ministerio de Asuntos Exteriores en España. Y yo no tenía tiempo para esperar la dichosa respuesta. Me despedí correctamente de ella y me marché.
Investigué las actividades de Felipe González en La Paz y me enteré de que habría una recepción con la colonia española en un determinado hotel creo recordar que dos o tres días después, los cuales aproveché para visitar algunos lugares de la ciudad y disfrutar de la excelente comida paceña.
Y llegó el día. Fui a la recepción con tiempo, pero no mucho (no quería llegar tampoco demasiado pronto). Buen ambiente. Apareció Felipe González, al que se le recibió con los consabidos aplausos. Sin un solo papel dio un discurso con el que se metió en el bolsillo al auditorio. Habló de política, de religión, de respetar las diferencias y de que, independientemente de ellas, él se sentía orgulloso del trabajo de los españoles en Bolivia. No sé si era verdad o no, pero lo parecía. Un genio de la comunicación, vamos. Creo que nunca en mi vida he estado en un acto en el que el orador conectara de forma tan natural con el auditorio, repito, sin tener un solo papel delante. Y terminó.
Entonces alguien de la embajada dijo que Felipe González saludaría personalmente a todos los asistentes al evento. Hicimos una fila y fue avanzado. Un guardaespaldas a su lado intentaba que los saludos fueran los más rápidos posibles. Cuando llegué a él estreché la mano y le dije algo así como "Presidente, tengo un grave problema y necesito que me lo resuelva". Me preguntó por el mismo, ante el desagrado del guardaespaldas. Y se lo expliqué. Me respondió "tiene usted toda la razón". Y seguidamente dijo "Chencho, resuélvele a este señor su problema". Se dirigía a Inocencio Arias, director general para Iberoamérica, quien le acompañaba en el viaje y que estaba por allí cerca. Le volví a estrechar la mano, le di las gracias y me fui con Inocencio Arias.
Le expliqué a Inocencio Arias el problema y me dijo que no me preocupara, que él se iba a encargar, que no me fuera de la recepción. Por supuesto que no me fui. Al rato se me acerco la cónsul y me dijo, con una media sonrisa que no podía ocultar un cierto disgusto, "así que le contaste lo tuyo a Chencho Arias". A lo que le respondí "no, no se le conté a Inocencio Arias, se lo conté a Felipe González, y él me envió a Inocencio Arias". Ella sonrió aún más, pareciéndome que el disgusto desaparecía y lo sustituía una cierta complicidad, y me dijo "eres increíble; y no veas la bronca que me ha echado Chencho; bueno, pásate mañana por el Consulado y veré que puedo hacer".
Al día siguiente fue a mi cita con la cónsul. El problema burocrático fue resuelto sin ningún problema. Unos pocos días después llegué desde Cochabamba a Madrid tras cambiar de avión en Asunción y hacer una escala técnica en Dakar.
Esta es mi pequeña historia personal por la que les estoy muy agradecido tanto a Felipe González como a Inocencio "Chencho" Arias.
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