La frase no es mía, pero estoy completamente de acuerdo con ella. Las federaciones nacionales
de fútbol de Inglaterra, Gales, Bélgica, Dinamarca, Alemania, Holanda y Suiza habían tomado la decisión de que los capitales de sus selecciones lucieran un brazalete como símbolo contra las violaciones de los derechos humanos en Qatar y así lo comunicaron públicamente. Las presiones de la FIFA para que no lo hicieran fueron subiendo, pero las federaciones no cedían, estando dispuestas a pagar cualquier multa económica, por elevada que fuera, que era lo normal (hasta ahora) por incumplir de algún modo con los códigos de vestimenta en el terreno de juego. Pero con lo que no contaban era con la perversión de los directivos de la organización que dirige el fútbol mundial. Les anunciaron que, en caso de portar esos brazaletes, los capitanes serían sancionados con una tarjeta amarilla al comienzo del partido. Lo anterior les limitaría en su juego, evidentemente, porque con otra tarjeta amarilla estarían expulsados. Pero es que aún sin ella, al acumular dos amarillas, una en el primer partido y otra en el segundo, serían sancionados con no jugar el último partido de la fase de grupos. Y los que pasaran a la siguiente fase jugarían octavos y cuartos de final, pero se perderían, si llegaban, la semifinal. Ante esa amenaza las selecciones se vieron obligadas a claudicar. Por ahora la selección inglesa ha mostrado su crítica a la situación de los derechos humanos en Qatar poniendo sus jugadores rodilla en tierra por unos segundos antes de comenzar el partido.
El insoportable chantaje de la FIFA a las federaciones que pretendían protestar, llevándolo de lo económico (lo que hasta el presente se usaba) hasta lo deportivo, demuestra la frase del título a este texto. La federación mundial de fútbol está completamente vendida al dinero qatarí. Ya lo dejó totalmente claro su presidente, el incalificable Infantino, cuando atacó directamente a los países europeos antes de comenzar la competición. Y ahora, por si quedaba alguna duda, esto.
Uno siente asco de la FIFA, que utiliza sus prerrogativas en lo deportivo para venderse al mejor postor, aunque ese sea un país violador de los derechos humanos como Qatar. He leído que entre los directivos de la federación cunde el miedo al pequeño pero riquísimo país. Puede ser, pero no lo creo. Lo que abunda sin duda es su rendición al poder económico de un estado al que no le importa derrochar dinero en comprar voluntades. De los anteriores directivos de la FIFA y de los actuales.
Por cierto, la Federación Española de Fútbol, con el presunto delincuente Luis Rubiales a la cabeza, nunca mencionó su participación en protesta alguna. Veremos si los jugadores demuestran alguna antes del encuentro de mañana contra Costa Rica.
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