Irene Montero dice no se va. Ya lo sabíamos, pero llaman la atención los argumentos.
Primero. «Entiendo perfectamente cuál es mi responsabilidad política. Creo que los responsables políticos, cuando hay momentos difíciles, tenemos la obligación de dar la cara». O sea, que para esta señora asumir su responsabilidad política es quedarse. Si lo hace bien, se queda; y si lo hace mal, también.
Segundo. «Tenemos la responsabilidad política de demostrar que no hay violencia política que sea capaz de frenar la fuerza colectiva del movimiento feminista para garantizar todos los derechos para todas las mujeres». A mí, honestamente, tanta desvergüenza me supera. La ley del solo sí es sí está rebajando penas y poniendo en la calle a violadores. La ley trans va a permitir que auténticos pervertidos sexuales se cuelen en baños, vestuarios, cárceles y cualquier otro espacio reservado exclusivamente para mujeres. Y esta profesional de la política afirma que ella va a garantizar todos los derechos para todas las mujeres. Cuando lo que está haciendo en el presente (ley solo sí es sí) y va a seguir haciendo en el futuro (ley trans) es exactamente lo contrario.
En los 45 años que han transcurrido desde que se celebraron las primeras elecciones tras la muerte de Franco han ocurrido en España cosas gravísimas desde el Gobierno. Pero no creo que se llegara a un grado tal de desfachatez, de tomar a los votantes por idiotas tan descaradamente.
Supongo que, de todos modos, tampoco es para asombrarse (aunque a mí, sinceramente, me sorprende, y más con ese argumentario), porque al fin y al cabo en impudicia política Irene Montero únicamente es una alumna muy aventajada de Pedro Sánchez.
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