"En la pornografía se educan las manadas", declaraba hace mes y medio la diputada más joven del Congreso, Andrea Fernández (26 años), del PSOE. ... La diputada aclaró luego sus palabras declarándose no prohibicionista, sino abolicionista de la pornografía "en una sociedad ideal". Esto es, propugna "que sea la propia sociedad la que acabe con la pornografía".
Lo dicen ahora. No es lo que decían sus padres políticos, en la época del socialismo de Felipe González y Alfonso Guerra, allá por los 80s. Ha pasado mucho tiempo. Casi 40 años.
Como he dicho en otras ocasiones, entonces el porno era el no va más de la libertad y del progresismo. Las películas de destape y con escenas de cama casi explícitas se emitian por TVE, las salas triple X hacían furor en Madrid y las revistas pornográficas estaban en la primera línea de los kioskos, disponibles a todo aquel que tuviera el poco dinero que costaban, sin importar su edad.
El proyecto de ingeniería social se llevó a cabo a la perfección. Pero algo ha salido mal. La ingeniería social se ha convertido en destrucción social, uno de cuyos máximos exponentes son las violaciones. Se tomaron las decisiones, libres, y llegaron las consecuencias, obligadas. A buenas decisiones, buenas consecuencias. Y viceversa, por supuesto.
Tan clara es la destrucción social de aquella decisiones que la misma izquierda, antaño defensora del porno, hoy lo critica. Cuando ya no hay remedio. A buenas horas, mangas verdes.
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