La crisis de la natalidad
en España es crítica
(valga la redundancia). Por un lado, una enorme población envejecida que no aporta nada económicamente y que, por supuesto, merece ser cuidada con excelencia; por otro, una pequeña población trabajadora que tiene que sostenerse a sí misma, a su único hijo y a los anteriores; y un detalle no menor, que no se menciona pero del que todos son conscientes, una gran población inmigrante (musulmana, subsahariana y latina, creo que por ese orden) que ya va desplazando sin pausa a la original, tanto por su gran número en las llegadas como por el hecho de que tienen con diferencia una mayor cantidad de hijos (si el pasado año la tasa de fecundidad fue de 1.19 -alejadísima del 2.1 mínimo de reemplazo-, se puede uno imaginar como serán de diferentes los números en las cuatro poblaciones mencionadas -musulmana, subsahariana, latina y original-).
Estos son los hechos presentes. Los pasados es que desde aquel día que tanto menciono en el que los socialistas tocaron poder (2 de diciembre de 1982
-dentro de poco serán 40 años-) se ha venido en España desincentivando (tal vez con la excepción de los cuatro años de Aznar), por activa y por pasiva, el traer hijos al mundo.
Y ahora las cosas están como están. Y sin ninguna perspectiva de mejorar en, por decir algo, los próximos diez años (la crisis social y económica por la que atraviesa España lo asegura así). Y el periódico sanchista por excelencia llora (y no es el único -uno y dos-). A buenas horas, mangas verdes.
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