La humildad no es precisamente la virtud que adorna las competiciones profesionales deportivas de Estados Unidos (las llamadas grandes ligas). Ellos no disputan los campaonatos de Estados Unidos, sino los campeonatos del mundo, porque consideran que no hay nadie en el mundo que pueda batirles en baloncesto, fútbol americano y baseball (en lo que ellos llamas soccer -fútbol en el resto del mundo- es otra historia, pero poco a poco van progresando). Probablemente es verdad.
Hasta ayer se estaba celebrando la llamada 2022 World Series, que es el enfrentamiento final entre los dos mejores equipos de baseball del país (para ellos del mundo), entre el campeón de la American League (AL), los Houston Astros y el campeón de la National League (NL), los Philadelphia Phillies. El campeonato se jugaba al mejor de siete encuentros (los dos primeros en Houston, los siguientes tres es Philadelphia y los dos últimos de nuevo en Houston), con lo que el trofeo se lo llevaría el primer equipo en ganar cuatro partidos. La serie salió empatada a uno de Houston y regresó con una ventaja de un juego para los locales (en Filadelfia los Phillies ganaron uno y los Astros dos), un 3 a 2 a favor de los texanos. Y ayer se impusieron de nuevo claramente al equipo del noreste.
He seguido la serie porque todo lo relacionado con el deporte me encanta y porque ha sido una oportunidad de compartir con mi hijo, a quien también le gusta mucho.
Finalmente estamos contentos de que, tras ganar la de 2017 y después de en los cuatro años intermedios haberla jugado y perdido en dos ocasiones (2019 y 2021), los Houston Astros se han llevado la 2022 World Series de baseball por segunda vez en la historia.
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