Ayer escribí sobre las crisis políticas más graves que yo recuerdo en los últimos 45 años. En la actualidad España está inmersa, sin duda, en una de ellas. Y la cosa se complica cada vez más.
Sin duda todo lo ocurrido en 2017 desde el Parlamento y el Gobierno de Cataluña fue un desafío al Estado en toda regla. Un desafío que el Estado ganó claramente a través de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que en la práctica anulaba temporalmente la autonomía catalana, y el procesamiento, juicio y condena de los cabecillas del intento de secesión. Quedaba totalmente claro quien era más fuerte.
El problema actual parte de que, cuando el independentismo catalán, a través de los partidos que lo defienden, se reconoció derrotado y abandonó toda esperanza de secesión, aparece en escena Pedro Sánchez. En principio ese independentismo catalán apoyó su moción de censura para simplemente sacar de la Presidencia a Mariano Rajoy. Pero, una vez investido Sánchez como Presidente en 2020, gracias entre otros a los votos de esos independentistas, el Gobierno ha entrado en un camino de concesiones a los vencidos a cambio de favores políticos que ha hecho que esos vencidos se vean ahora casi como vencedores. Las mayores cesiones están en la mente de todos: indultos, eliminación del delito de sedición y reducción de las penas por malversación.
A todo lo anterior hay que sumar unas chapuceras decisiones del Gobierno en materia judicial. Limitación de funciones del CGPJ, reforma de esas limitaciones para que pueda elegir los dos miembros del TC que le corresponden, reforma por la vía rápida de la ley del CGPJ para obligar a esa elección, reforma, también por la vía rápida, de la ley del TC para que dicho tribunal no pueda vetar los candidatos del Gobierno.
Mientras tanto el independentismo catalán habla ya de convocar un nuevo referéndum de autodeterminación, mientras que el Gobierno lo niega y el socialismo catalán habla de que sería convocar una consulta.
Las formas para la correcta reforma de las leyes han dejado de respetarse. Los independentistas catalanes han pasado de estar derrotados en el pasado a estar crecidos en el presente.
Todo apunta a una especie de tregua legislativa en todos los sentidos hasta que se celebren las elecciones generales, en principio dentro de un año. ¿Y después? Si Pedro Sánchez necesita los escaños independentistas para ser Presidente y gobernar, esos independentistas van a poner un alto precio por ello. Y ese precio puede ser que lo pague Sánchez saltándose la Constitución, siendo avaladas dichas violaciones constitucionales por un Tribunal Constitucional con mayoría de miembros favorables a sus tesis. ¿Qué hará el PP en ese caso? ¿Y los líderes socialistas que no lo compartan? ¿Y la sociedad española? No lo sé.
Más preguntas. ¿Va a producir todo esto que Cataluña se independice de España o dé pasos definitivos en esa dirección? Tal vez. ¿España, tal y como la conocemos desde que entregó el Sahara Occidental a Marruecos en 1975, va a soportar toda esta tensión o se va a romper, cediendo territorio (una vez más)? Está por ver.
Pero me temo que, por un lado o por otro, no va a terminar bien.
También puede suceder que quien llegue a la Presidencia del Gobierno sea Feijóo, apoyado en los escaños de Vox. Si quiere desandar todo lo andado por el actual Gobierno se va a encontrar con una feroz oposición callejera de socialistas, comunistas e independentistas. Porque particularmente los últimos no van a querer renunciar a sus sueños, animados por el actual Gobierno, de separarse de España. Y la tensión entre el Gobierno central y el catalán puede ser enorme. Algo que, si sucede, va a afectar gravemente a la sociedad catalana. Y eso no va a terminar bien.
¿Hay una posibilidad de final feliz? Sí, la hay. Que Feijóo sea Presidente y que en la oposición haya un PSOE que crea en el Estado de Derecho, en la separación de poderes y en la unidad nacional. Y que llegado el caso se vuelva a hacer lo que se hizo en 2017, vencer a los secesionistas con la fuerza de la ley. Aplicada con toda su fuerza. Puede que sea mucho pedir. Pero también puede ser que suceda con un socialista políticamente decente al frente, como García-Paje. El futuro no está escrito.
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