miércoles, 28 de diciembre de 2022

Los límites a la libertad sobre el propio cuerpo

Creo que la libertad sobre el propio cuerpo tiene límites. Pocos y muy marcados, pero límites al fin y al cabo, y que están relacionados todos ellos con la vida, la salud y la libertad, para impedir al individuo tomar decisiones irreversibles que podrían afectar posteriormente a toda su vida y de las que, aún arrepintiéndose, ya no cabría la posibilidad de dar marcha atrás en modo alguno.

En primer lugar estamos hablando de la vida. Es decir, el impedir que una persona se suicide. Es, por supuesto, una decisión totalmente irreversible, pero que puede estar motivada por condiciones temporales, completamente reversibles, que al desaparecer harían desaparecer igualmente la decisión.

En segundo lugar hablamos de decisiones que afectan de forma irreversible a la salud. Hablamos, por ejemplo, de la venta de órganos, hecho que afecta claramente a la salud, y que una vez llevado a la práctica no se puede cambiar. Está claro que la persona puede pensar en un momento dado, por problemas económicos, que vender un riñón es la solución; pero hay muchísimas posibilidades de que posteriormente el dinero se le acabe, y tampoco tenga el riñón, arrepintiéndose de haberlo hecho, pero sin la posibilidad de retroceder.

Y en tercer lugar, y el caso más evidente (y a la vez más extravagante de defender por los que lo hacen) es el de la propia libertad. Nadie puede venderse como esclavo (laboral o sexual), por ejemplo, o entrar en un contrato de préstamo y esclavitud en caso de impago (la famosa esclavitud por deudas). Está completamente claro que la persona se arrepentiría de haber tomado esa decisión de esclavizarse.

Se podrá argumentar desde postulados maximalistas liberales a favor de la libertad individual para suicidarse, para vender partes de su cuerpo y para venderse como esclavo. Pero quienes lo hacen siempre son personas con recursos y preparación más que suficiente para no tener que recurrir a esas prácticas. Simplemente están intentando abrir la posibilidad de que sean los demás quienes lo hagan, independientemente de las dramáticas e irreversibles consecuencias que supondrían tales decisiones. Algo completamente incorrecto.

Por lo demás, no estamos hablando aquí de cuestiones morales (cada cual puede tener la suya, evidentemente), sino de un mínimo (recalco lo de mínimo) sentido común. Y, por encima de ese mínimo sentido común, que cada cual haga lo que quiera con su vida y, también, con su cuerpo.

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