miércoles, 7 de septiembre de 2016

Las fiestas del pueblo


Ellas semidesnudas, ellos semiembrutecidos, como podemos ver en la foto sobre estas líneas (a veces incluso sin el semi, tanto ellas como ellos); muchas veces (me temo que la mayoría) bajo el efecto del alcohol o las drogas (o ambos a la vez).

La educación (es un decir), dentro y fuera de la escuela, dentro y fuera del hogar, basada en un "todo vale", sin principios y sin valores, que se ha enseñado durante 34 años (desde que Felipe González ganó por primera vez), y no digamos ya en los últimos 11 (los 7 de Zapatero y los 4 de Zapatero 2). Si contamos 10 años por generación estudiantil, al menos tres generaciones de estudiantes instruidos a conciencia en el sexo libre y sin barreras, enseñanza que ha sufrido hasta el paroxismo la última generación en las aulas. O sea, todos los menores de 40 años afectados por un sistema educativo amoral, sin valores y sin principios, agravándose esas enseñanzas cuanto menos edad tiene la persona.

¿Qué podemos esperar, en estas condiciones, de jóvenes de entre 15 y 25 años, con las hormonas al límite, y repito, bajo el efecto del alcohol y/o las drogas, casi sin control (muchas veces sin el casi), en una situación de exarcebación total de sus ya por sí potentes deseos sexuales?

"Por favor, deseada desconocida, ¿me permites tener contigo una relación sexual casual y sin compromiso?" "No." "Esta bien, perdona si te he molestado." Si alguien piensa que esto es lo que siempre va a suceder es que ha perdido el sentido común.

Y sí, ello no elimina la resposabilidad individual, por lo que los violadores deberían pasarse entre rejas 20 años seguidos, sin ningún tipo de remisión de pena. Porque a todo lo anterior hay que añadir que la levedad de las penas carcelarias en España lo único que hace es potenciar los delitos (éstos y otros).

Pero la raíz de todo ese desastre (y otros, como embarazos indeseados, abortos, enfermedades de transmisión sexual, familias sin la figura del padre y un largo etcétera de despropósitos) es solamente una. La ausencia de moral, la ausencia de principios, la ausencia de valores. Sin revertir eso se seguirá por el mismo camino, agravándose cada día los síntomas de esta terrible enfermedad social, donde los integrantes están montados en un autobús que se dirige directamente a un abismo de destrucción.

Es hablar a la peor clase de sordos, que son los no quieren oír, lo sé. ¿Y entonces por qué lo hago? Porque aún tengo la esperaza de que, aunque la inmensa mayoría sigue la senda de esa mencionada destrucción, puede haber una exigua minoría que esté dispuesta a, de forma individual, aceptar las enseñanzas del Jesús del Nuevo Testamento, poner la moral, los valores y los principios como parte importantísima de su vida, y valorar y edificar una familia fuerte. Solamente así podrá, esa persona y los que ella consiga influenciar, bajarse de ese mencionado autobús en el que ciegamente van todos los demás y que, repito, se dirige hacia un abismo de destrucción.

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