Quiero creer que soy liberal. Me encanta la libertad. La mía, por supuesto, pero también
la de los demás. Que
cada cual haga de su
vida lo que quiera mientras no afecte a la vida de los demás.
Pero eso no nos exime del principio de autoridad. Se necesita de una cierta autoridad para que la libertad no se convierta en libertinaje, es decir, para que no se crucen los límites y al final se imponga la ley del más fuerte, para que la sociedad no se convierta al fin y al cabo en una jungla.
Esa autoridad debe empezar primeramente en casa, donde los padres han de sacrificarse por sus hijos, pero a la vez los hijos deben obedecer a esos padres mientras están bajo su techo. Debe continuar esa autoridad en la escuela, donde los alumnos deben respetar a sus profesores. Y debe proseguir en la calle, donde deben cumplirse las leyes y respetarse la autoridad de las Fuerzas del Orden Público.
Padres, maestros y fuerzas del orden deben ser, repito, respetadas como instituciones de autoridad. Sin esa autoridad no existirá sociedad en el corto o medio plazo. Y tampoco, y esto es muy importante remarcarlo, libertad. Tan solo existirá la ley del más fuerte, que les impondrá sus caprichos a todos los demás.
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