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No recuerdo donde, leí que para que un político triunfe, además de las circunstancias propias de su condición, debe tener suerte. En el caso de Estados Unidos, el ejemplo es Barack Obama, que salió de la nada para alcanzar la Presidencia; por contra, McCain, un político con experiencia, ya ha caído dos veces en el intento, la primera hace diez años en las primarias ante Bush, y la segunda en las últimas presidenciales de hace dos años ante el propio Obama.
En el campo de la política española la cosa es semejante. Zapatero apareció desde su anónimo sillón de diputado, se alzó con el liderazgo del PSOE, y desde ahí, en función de unos espantosos atentados terroristas, alcanzó la Presidencia del Gobierno. Por contra, Rajoy, teóricamente destinado a esa Presidencia, ni ganó esas elecciones ni las siguientes, a pesar del desgobierno socialista a lo largo de toda la legislatura.
Es evidente que si Rajoy no llegara a la Presidencia del Gobierno el año próximo (cosa sobre la que, a pesar de las encuestas totalmente favorables, aún tengo mis dudas) su desaparición política sería segura. Y en el campo de la sucesión de Rajoy los únicos que veo con posibilidades serias son Gallardón y Esperanza Aguirre. Del primero cabe decir que, a pesar de sus éxitos electorales, primero en la Presidencia de la Comunidad de Madrid y luego en la alcaldía capitalina, ha intentado por todos los medios habidos y por haber colarse como número uno del PP, y hasta ahora no lo ha conseguido. De la segunda se puede señalar que, después del cambiazo de Aznar entre candidaturas de presidencia y alcaldía en Madrid (ay, el dedo, el dedo) estaba destinada a quedarse cuatro años en la oposición de la comunidad, y llego a presidenta por aquellas abstenciones de dos diputados socialistas por oscuros intereses inmobiliarios; y desde ahí, ha llegado a ser, casi sin quererlo (casi, digo), una alternativa de esperanza (sin juego de palabras) a la miserable situación política que atraviesa España, no solamente por culpa del gobierno socialista, sino también (y, añado, sobre todo) por culpa de la oposición pepera, que en los últimos tiempos no sabe decir las cosas como son, y se ha convertido en una especie de sombra de Zapatero, que le sigue por donde va, pero sin iniciativa propia, renegando de sus creencias o defendiéndolas con la boca chica.
En medio de todo ese panorama se alza Esperanza Aguirre, que tiene defectos, y muchos, porque de lo contrario no sería una triunfadora de la política, pero que al menos se atreve a llamar a las cosas por su nombre, tanto con los de afuera como con los de adentro. Tal vez ella fuera capaz de poner orden en todo este sistema político español que da la impresión que cada día se corrompe un poco más, y que de seguir así pudiera llegar a límites nunca imaginados. Pudiera ser que ella tuviera la capacidad de ilusionar a un país en un proyecto nacional, sin miedos ni complejos, para salir adelante, mirar al futuro y olvidar, de una vez por todas, el maldito pasado que, por la izquierda y la derecha, ata a España para impedirle conquistar lo que pudiera alcanzar.
No creo en la suerte, pero si así se le llama a determinadas circunstancias favorables que no eran previsibles, aún hay esperanza para España, si Esperanza llega a dirigirla.