Tengo entre los periódicos a los que echo un vistazo cada día El Diario, El Plural y Público, para ver que opina la extrema izquierda periodística de la actualidad. Normalmente no paso de los titulares, aunque alguna vez he encontrado alguna cosa bastante interesante (en el sentido positivo de la palabra).
Ayer me topé con una columna, que abrí con la intención de leer la entradilla y poco más, pero que me fue llamando la atención y finalmente la leí entera. Era sobre Pedro Castillo, hasta hace poco Presidente de Perú, destituido por el Congreso por dar un autogolpe que finalmente duró dos horas. ¿Qué podrá decir un columnista presuntamente de extrema izquierda sobre un presidente de extrema izquierda que se ha saltado por todo el morro las leyes? Esa era mi pregunta.
Ciertamente le critica. Pero muy poco. Más bien hasta casi le excusa por el autogolpe, debido a, según él, las presiones a las que fue sometido desde el mismo día que tomó la Presidencia, hace 16 meses. También ofrece la opinión de varios periodistas peruanos, que todos, unos más y otros menos, hablan favorablemente de Castillo.
La censura al exmandatario es ciertamente mínima. Lo que sorprende cuado estamos hablando del máximo dirigente de Perú, corrupto y golpista. Sorprende... o no. Porque lo que viene a demostrar este artículo de opinión es que, antes de corrupto y golpista, Castillo es uno de los nuestros. Y uno de los nuestros siempre tienen alguna razón que justifique lo que hace. Hasta para ser corrupto y golpista. Pero lo preocupante no es lo que piense un desconocido columnista en un digital minoritario. Lo realmente preocupante es que está misma opinión es compartida por los dirigentes políticos de extrema izquierda, que incluso están en el Gobierno de la nación, como hemos visto recientemente en su apoyo a la argentina Cristina Fernández de Kirchner. Los nuestros siempre tiene razón en lo que hacen, sea lo que sea, y cuando son perseguidos, política y/o judicialmente, lo son siempre injustamente.
Lean a César G. Calero en Público: Perú o el arte de la ingobernabilidad perpetua (aunque mejor título hubiera sido el de Castillo, uno de los nuestros).
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