Pablo Casado tiene aguante. Otro cualquiera hubiera cedido a la presión de propios y extraños y hubiera dimitido. Pero no él. Ha decidido dar la batalla. Bien. Ganó su posición en unas primarias y solamente unas primarias pueden obligarle a marcharse. No entiendo, eso sí, que no prescinda de un sujeto que ha sido tan dañino para él como Egea, que ha sido el que ha instigado esta suicida guerra contra Ayuso. Pero, aún así, lo único que se le puede exigir, dada la actual situación de enorme crisis que vive el partido, es que ponga en marcha el proceso para que hablen de nuevo los militantes. Y parece que es lo que va a hacer. Y mientras tanto ganar tiempo y esperar a que poco a poco vaya escampando. Al parecer en compañía de Egea. Si lo conseguirá o no es una auténtica incógnita ahora mismo.
Y llegamos al hombre al que parece que todos miran como su sucesor. Alberto Núñez Feijóo. El Presidente de la Xunta, como buen gallego, nunca deja saber si sube o baja la escalera cuando uno se cruza en una con él. Hasta ahora solo ha dicho obviedades. Que sí, que bueno, que las cosas están mal, que Casado tiene que decidir y bla, bla, bla. Pero no da un paso al frente para desafiar a Casado. Se deja querer como alternativa, es todo.
¿Pero de verdad se va a atrever a enfretarse a Casado por el liderazgo del PP? Lo dudo. No porque no fuera a ganarle el duelo, que todo apunta que lo haría, sino por lo que vendría después. Feijóo sabe perfectamente como se las gastan en Madrid. Y, para confirmarlo, lo está viendo ahora. Todos sabemos de las amistades peligrosas que Feijóo frecuentaba. Con narcotraficantes gallegos, para ser más concreto. Y todos sabemos también que en Madrid hay un dosier oculto sobre él con datos desconocidos que de salir a la luz acabaría con su carrera política.
¿Se la va a jugar Feijóo en una batalla desconocida y de enormes riesgos, cuando en Galicia está cómodamente asentado? Puede ser. Pero lo dudo.
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