martes, 6 de enero de 2009

Discurso de Obama en Berlín el 24 de julio del 2008

La verdad sea dicha es que no presté la menor atención al discurso que Barack Obama pronunció en Berlín el 24 de julio del pasado año, cuando estaba en plena campaña por la Presidencia de Estados. En aquel momento era el senador Barack Obama. Pero hoy sus palabras cobran una especial trascendencia, porque bien podrían ser las líneas maestras de la política exterior de Estados Unidos, ya que ahora estamos hablando no del senador Barack Obama, sino de un discurso sobre política internacional pronunciado por quien ya está a pocos días de convertirse en Presidente de Estados Unidos.

Por ello dejo por aquí el discurso íntegro pronunciado aquel 24 de julio de 2008 en Berlín por el entonces senador Barack Obama, hoy Presidente electo de Estados Unidos.


"Gracias a ustedes, los ciudadanos de Berlín, y al pueblo de Alemania.

Permítanme dar las gracias a la canciller Merkel y al ministro Steinmeier de Asuntos Exteriores por el recibimiento que me han dado hoy, gracias a usted, alcalde Wowereit, al Senado de Berlín, a la policía y, por encima de todo, gracias a ustedes por este recibimiento.

Vengo a Berlín como tantos otros compatriotas míos han venido aquí antes de mí. Esta noche voy a hablarles no como candidato a presidente [de los Estados Unidos] sino como ciudadano, un ciudadano lleno de orgullo de los Estados Unidos y un ciudadano más del mundo.

Soy consciente de que no tengo el mismo aspecto que los norteamericanos que han hablado antes que yo en esta gran ciudad. El viaje que me ha traído hasta aquí es inverosímil. Mi madre nació en el corazón de los Estados Unidos, pero mi padre creció cuidando cabras en Kenya. Su padre, mi abuelo, era cocinero, un criado doméstico al servicio de los británicos.

En el momento álgido de la ‘Guerra Fría', mi padre llegó a la conclusión, como tantos otros de tantos rincones olvidados del mundo, de que sus anhelos (sus sueños) exigían la libertad y las oportunidades prometidas por occidente. Así pues, escribió una carta a universidades de un extremo al otro de los Estados Unidos hasta que alguien en algún lugar respondió a su plegaria por una vida mejor.

Ésa es la razón por la que estoy aquí. Vosotros estáis aquí porque también vosotros conocéis ese anhelo. Esta ciudad, todas las ciudades conocen el sueño de la libertad. Vosotros sabéis que la única razón por la que estamos aquí esta noche es porque hombres y mujeres de nuestras dos naciones se unieron para trabajar, para luchar, para sacrificarse por una vida mejor.

La nuestra es una relación de cuyo comienzo se cumplen en realidad sesenta años este verano, el día en que el primer avión norteamericano aterrizó en Templehof.

En aquel día, buen parte de este continente se encontraba todavía en ruinas.

Los escombros de esta ciudad todavía tenían que convertirse en un muro. La sombra de los soviéticos se había extendido por toda la Europa oriental mientras que, en la parte occidental, los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia hacían inventario de sus pérdidas y reflexionaban cómo se iba a poder rehacer el mundo.

Aquí fue donde chocaron los dos lados y el 24 de junio de 1948 los comunistas optaron por aislar la parte occidental de la ciudad. Dejaron sin comida y sin suministros a más de dos millones de alemanes en un intento de que en Berlín se extinguiera la llama de la libertad.

Las dimensiones de nuestras fuerzas no iban a poder igualar el ejército soviético, mucho más grande. Sin embargo, la retirada habría abierto la puerta a los comunistas para que marcharan por toda Europa. Donde había terminado la última guerra, podría haber empezado otra guerra mundial con suma facilidad. Todo lo que se interponía en ese camino era Berlín.

Entonces fue cuando se puso en marcha el puente aéreo, cuando la operación de socorro más ambiciosa y más improbable de la historia trajo alimentos y esperanzas a la población de esta ciudad.

Todas las posibilidades estaban en contra de que se alcanzara el éxito. En pleno invierno, una niebla densa cegaba el cielo en lo alto y muchos aviones se vieron obligados a regresar sin soltar su carga de imprescindibles suministros. Las calles en las que nos encontramos estaban a rebosar de familias hambrientas que no podían defenderse del frío

Sin embargo, en los momentos más aciagos el pueblo de Berlín no permitió que se apagara la llama de la esperanza. El pueblo de Berlín se negó a rendirse, y en un día de otoño centenares de miles de berlineses se congregaron aquí, en el Tiergarten, y oyeron al alcalde de la ciudad suplicar al mundo que no renunciara a la libertad. “Sólo existe una posibilidad, dijo, que nos mantengamos juntos y en unión hasta que se haya ganado esta batalla. El pueblo de Berlín ha hablado. Nosotros hemos cumplido con nuestro deber y seguiremos cumpliendo con nuestro deber. Pueblos del mundo: cumplid ahora con el vuestro. ¡Pueblos del mundo! ¡Fijaos en Berlín!”.
¡Pueblos del mundo! ¡Fijaos en Berlín!

Fijaos en Berlín, donde alemanes y norteamericanos aprendieron a trabajar juntos y a confiar los unos en los otros cuando no hacía ni tres años que se habían enfrentado los unos a los otros en el campo de batalla.

Fijaos en Berlín, donde la determinación de un pueblo se encontró con la generosidad del Plan Marshall y creó el milagro alemán, donde una victoria sobre la tiranía dio origen a la OTAN, la más importante alianza jamás creada para defender nuestra seguridad común.

Fijaos en Berlín, donde los agujeros de las balas en los edificios y las sombrías piedras y columnas junto a la Puerta de Brandenburgo insisten en que no olvidemos nunca nuestra pertenencia a una misma humanidad.

Pueblos del mundo, fijaos en Berlín, donde se derribó un muro donde se reunió todo un continente, donde la historia ha demostrado que no hay dificultad demasiado grande para un mundo que se levanta al unísono Sesenta años después del puente aéreo, nos están convocando otra vez. La historia nos ha conducido a una nueva encrucijada, con nuevas promesas y nuevos peligros. Cuando vosotros, el pueblo alemán, tirasteis abajo el muro, un muro que dividía el este y el oeste, la libertad y la tiranía, el miedo y la esperanza, se vinieron abajo muchos otros muros en todos los rincones del planeta. Desde Kiev a Ciudad del Cabo, se cerraron campos de prisioneros y se abrieron las puertas de la democracia.

También se abrieron los mercados y la propagación de la información y las tecnologías eliminó barreras a las oportunidades y la prosperidad. Mientras que el siglo XX nos enseñó que compartimos un mismo destino, el XXI nos ha revelado un mundo más interrelacionado que en cualquier otro momento de la historia.

La caída del Muro de Berlín nos trajo nuevas esperanzas. Sin embargo, esa misma proximidad ha dado origen a nuevos peligros, peligros que no pueden contenerse dentro de las fronteras de un país o por la distancia de un océano.

Los terroristas del 11 de septiembre [del 2001] conspiraron en Hamburgo y se entrenaron en Kandahar y en Karachi antes de matar en territorio norteamericano a miles de personas procedentes de todos los rincones del globo.

Mientras hablamos, hay coches en Boston y fábricas en Pekín que están fundiendo el casquete glaciar del Ártico, haciendo retroceder el litoral en el Atlántico y castigando con la sequía explotaciones agrícolas desde Kansas hasta Kenya.

Material nuclear de la antigua Unión Soviética, custodiado de forma deficiente, o secretos de un científico de Pakistán podrían contribuir a que estalle una bomba en París. Las amapolas de Afganistán se convierten en la heroína de Berlín. La pobreza y la violencia de Somalia alimentan el terrorismo de mañana. El genocidio de Darfur nos avergüenza las conciencias de todos nosotros.

En este mundo nuevo, estas corrientes peligrosas han barrido con todo con mucha mayor rapidez que nuestros esfuerzos por contenerlas. Ésta es la razón por la que no podemos permitirnos estar divididos. No hay una sola nación, por grande o poderosa que sea, capaz de acabar por sí sola con semejantes problemas. Ninguno de nosotros puede negar la existencia de esas amenazas ni escapar a la responsabilidad de afrontarlas. Sin embargo, ante la ausencia de los tanques soviéticos y del terrible muro [de Berlín], se ha hecho fácil olvidarse de esta verdad. Si somos sinceros los unos con los otros, todos sabemos que a veces, a ambos lados del Atlántico, nos hemos desentendido de los otros y hemos olvidado nuestro destino compartido.

En Europa, ha llegado a convertirse en un tópico la opinión de que los Estados Unidos son parte de lo que funciona mal en nuestro mundo y no una fuerza que contribuye a que ese mundo marche bien. En los Estados Unidos, hay voces que ridiculizan y hacen de menos el papel de Europa en nuestra seguridad y en nuestro futuro. Ambos puntos de vista faltan a la verdad, que es que los europeos están hoy llevando a cuestas nuevas cargas y asumiendo más responsabilidad en lugares críticos del mundo y que, de la misma manera que las bases norteamericanas construidas en el siglo pasado todavía contribuyen a defender la seguridad de este continente, nuestro país sigue haciendo todavía grandes sacrificios por la libertad en todo el planeta.

Efectivamente, ha habido diferencias entre los Estados Unidos y Europa. No cabe duda de que seguirá habiendo diferencias en el futuro. Ahora bien, el peso de la ciudadanía global sigue atándonos a todos nosotros. Un cambio de dirección en Washington no va a aminorar este peso. En este nuevo siglo, tanto a los norteamericanos como a los europeos se nos va a exigir que hagamos más, no menos.

La asociación y la cooperación entre las naciones no es una alternativa; es la única forma, la única forma, de proteger nuestra seguridad común y de avanzar en nuestra humanidad común.

Ésta es la razón por la que el mayor peligro es dejar que unos nuevos muros nos separen entre nosotros.

No pueden seguir en pie los muros entre los tradicionales aliados de ambos lados del Atlántico. No pueden seguir en pie los muros entre los países que lo tienen todo y los que no tienen nada, los muros entre razas y tribus, entre naturales e inmigrantes, entre cristianos, musulmanes y judíos. Éstos son ahora los muros que debemos echar abajo.

Sabemos que ya antes han caído. Tras siglos y siglos de conflictos, los pueblos de Europa han formado una unión de compromiso y prosperidad. Aquí, en la base de una columna erigida para conmemorar la victoria en la guerra, nos reunimos en el centro de Europa en paz. No sólo han caído muros en Berlín; han caído en Belfast, donde protestantes y católicos han encontrado la forma de vivir juntos; en los Balcanes, donde nuestra alianza atlántica ha puesto final a los enfrentamientos bélicos y ha llevado ante la justicia a salvajes criminales de guerra, y en Sudáfrica, donde la lucha de un pueblo valeroso ha derrotado el ‘apartheid'.

Así pues, la historia nos recuerda que se pueden echar abajo los muros. Sin embargo, esta tarea no siempre es sencilla. Una asociación auténtica y un progreso auténtico exigen un trabajo constante y un sacrificio sostenido. Exigen compartir las cargas del desarrollo y de la diplomacia, del progreso y de la paz. Exigen que los aliados se presten atención entre sí, que aprendan los unos de los otros y, por encima de todo, que confíen los unos en los otros.

Ésta es la razón por la que los Estados Unidos no pueden encerrarse en sí mismos. Ésta es la razón por la que Europa no puede encerrarse en sí misma. Los Estados Unidos no tienen mejor asociado que Europa. Ha llegado ya el momento de construir nuevos puentes de una punta del globo a la otra, tan resistente como el que nos une por encima del Atlántico. Ha llegado ya el momento de que vayamos de la mano, mediante una cooperación constante, instituciones fuertes, sacrificios compartidos y un compromiso global con el progreso, para afrontar los problemas del siglo XXI. Fue este espíritu el que hizo que aparecieran en el cielo, sobre nuestras cabezas, los aviones del puente aéreo y que tanta gente se congregara en este mismo lugar en el que nos encontramos hoy. Éste es el momento en el que nuestras naciones, y todas las naciones sin excepción, debemos recuperar de nuevo este espíritu.

Éste es el momento en el que debemos derrotar al terrorismo y desecar el pozo del extremismo que lo apoya. Esta amenaza es real y no podemos rehusar nuestra responsabilidad de combatirlo. Si fuimos capaces de crear la OTAN para mantener a raya a la Unión Soviética, seremos capaces de unirnos en una nueva alianza global para desmantelar las redes que atentaron en Madrid y en Amman, en Londres y en Bali, en Washington y en Nueva York. Si hemos sido capaces de ganar la batalla ideológica a los comunistas, bien podemos alinearnos con la inmensa mayoría de los musulmanes que rechazan el extremismo que lleva al odio y no a la esperanza.

Éste es el momento en que debemos renovar nuestra determinación de derrotar de manera aplastante a los terroristas que amenazan nuestra seguridad en Afganistán y a los traficantes que venden droga en nuestras calles. Nadie se alegra de la guerra.

Reconozco las dificultades enormes en Afganistán. Ahora bien, mi país y el vuestro tienen puestas sus expectativas en comprobar que la primera misión de la OTAN más allá de las fronteras de Europa culmina con éxito. Tenemos que cumplir con esa misión, por la población de Afganistán y por la seguridad que compartimos. El pueblo afgano necesita a nuestros soldados y a vuestros soldados, nuestro apoyo y vuestro apoyo para derrotar a los ‘taliban' y a al Qaida, para desarrollar su economía y para contribuir a la reconstrucción de su nación. Hemos puesto demasiado en juego como para echarnos atrás ahora.

Éste es el momento en que debemos renovar el objetivo de un mundo sin armas nucleares. Las dos superpotencias que se enfrentaron la una a la otra sobre el muro de esta ciudad estuvieron en demasiadas ocasiones demasiado cerca de destruir todo lo que habíamos erigido y todo lo que amamos. Ahora que ese muro ya no existe, es necesario que no nos quedemos de brazos cruzados mientras contemplamos la proliferación del átomo mortal. Ha llegado la hora de tener controlados todos los materiales nucleares que andan por ahí, de poner coto a la proliferación de armas nucleares y de reducir los arsenales de otras épocas. Éste es el momento de empezar a trabajar en la búsqueda de la paz de un mundo sin armas nucleares.

Éste es el momento en que todas las naciones de Europa deben tener la oportunidad de elegir su propio mañana libre de las sombras del ayer. En este siglo necesitamos una Unión Europea fuerte que profundice en la seguridad y en la prosperidad de este continente mientras tiende una mano más allá de sus fronteras. En este siglo, en esta ciudad que es todas las ciudades, debemos rechazar la mentalidad de ‘Guerra Fría' del pasado y decidirnos a cooperar con Rusia cuando podamos, a alzarnos en defensa de nuestros valores cuando debamos y a tratar de conseguir una alianza que se extienda de un extremo a otro de todo este continente.

Éste es el momento en que debemos consolidar la riqueza que la apertura de los mercados ha generado y compartir sus beneficios de una manera más equitativa. Los intercambios comerciales han sido la piedra angular de nuestro crecimiento y del desarrollo global. Sin embargo, no seremos capaces de mantener este crecimiento si favorece sólo a unos pocos y no a la inmensa mayoría. Entre todos debemos forjar unos intercambios comerciales que recompensen de verdad el trabajo que crea riqueza dentro de una protección seria de nuestros pueblos y nuestro planeta. Éste es el momento de que los intercambios comerciales sean libres y justos para todos.

Éste es el momento en que debemos contribuir a dar una respuesta al llamamiento en favor de un nuevo amanecer en Oriente Próximo. Mi país debe alinearse con el vuestro y con Europa para enviar un mensaje directo a Irán de que debe abandonar sus ambiciones nucleares. Debemos apoyar a los libaneses que se han manifestado en favor de la democracia y han derramado sangre por ella y a los israelíes y a los palestinos que se esfuerzan por conseguir una paz segura y duradera. A pesar de las discrepancias del pasado, éste es el momento en el que el mundo debería apoyar a los millones de iraquíes que tratan de reconstruir su vida, más aún cuando transfiramos la responsabilidad al gobierno iraquí y echemos por fin el cierre a esta guerra.

Éste es el momento en que debemos unirnos para salvar el planeta. Decidamos de una vez que no vamos a dejar a nuestros hijos un mundo en el que sube el nivel de los océanos y el hambre se extiende y terribles tormentas asolan nuestras tierras.

Decidamos de una vez que todas las naciones, la mía incluida, actúen con la misma seriedad en la determinación de reducir el carbono que enviamos a la atmósfera, como ya ha hecho vuestra nación. Éste es el momento de devolver el futuro a nuestros hijos.

Éste es el momento de levantarnos al unísono.

En fin, éste es el momento en que debemos dar esperanzas a todos los que se han quedado atrás en un mundo globalizado. Debemos recordar que la ‘Guerra Fría' que nació en esta ciudad no fue una batalla por territorios o por un botín. Hace sesenta años, los aviones que volaban sobre Berlín no lanzaban bombas; en su lugar traían alimentos, carbón y golosinas a unos niños agradecidos. En aquella demostración de solidaridad, aquellos pilotos obtuvieron mucho más que una victoria militar. Ganaron la batalla ideológica y la batalla sentimental, amor, lealtad y confianza, no sólo de la población de esta ciudad sino de todos los que conocieron la historia de lo que ellos hicieron aquí.

Ahora el mundo va a observar y va a recordar lo que hagamos nosotros aquí, lo que hagamos en este momento. ¿Tenderemos nuestra mano a esas personas de los rincones olvidados de este mundo que anhelan unas vidas presididas por la dignidad y las oportunidades, por la seguridad y la justicia? ¿Sacaremos de la pobreza a los niños de Bangladesh, protegeremos a los refugiados del Chad y acabaremos con el azote del SIDA en nuestro tiempo?

¿Defenderemos los derechos humanos de los disidentes de Birmania, a los autores de ‘blogs' en Irán o a los electores de Zimbabue? ¿Daremos un significado a las palabras “nunca jamás” en Darfur?

¿Nos daremos cuenta de que no hay ejemplo más poderoso que el que cada una de nuestras naciones proyecta en el mundo? ¿Rechazaremos la tortura y defenderemos la supremacía de la ley? ¿Acogeremos a los inmigrantes, vengan de donde vengan, rechazaremos las discriminaciones contra aquellos que no son físicamente como nosotros, o tienen unas creencias religiosas que no son como las nuestras y mantendremos nuestro compromiso de igualdad y de oportunidades para todos los de nuestro pueblo?

¡Pueblo de Berlín, pueblos del mundo! ¡Éste es nuestro momento! Ha llegado nuestra hora.

Soy consciente de que mi país no ha sido un ejemplo de perfección. Ha habido ocasiones en las que hemos tenido problemas para mantener nuestro compromiso de libertad e igualdad para todos los de nuestro pueblo. Hemos cometido nuestra parte correspondiente de errores y ha habido veces en que lo que hemos hecho en diversas partes del mundo no ha estado a la altura de nuestras mejores intenciones.

Pero también sé lo mucho que amo a los Estados Unidos. Sé que durante más de dos siglos nos hemos esforzado, con sin grandes costes y grandes sacrificios, en lograr una unión más perfecta, en tratar de conseguir, junto con otras naciones, un mundo más lleno de esperanza. Nuestra lealtad no se ha limitado nunca a una tribu o un reino en particular; de hecho, en nuestro país se hablan todos los idiomas, todas las culturas han dejado su huella en la nuestra y en nuestras plazas se expresan todos los puntos de vista. Lo que siempre nos ha mantenido unidos, lo que siempre ha motivado a nuestro pueblo, lo que atrajo a mi padre a las tierras de los Estados Unidos es un conjunto de ideales que hablan de aspiraciones compartidas por todos, como que podemos vivir libres de miedos y de penurias, que podemos exponer nuestras ideas públicamente y que podemos reunirnos con quien queramos y practicar el culto que más nos plazca.

Éstas son las aspiraciones que unieron los destinos de todas las naciones en esta ciudad. Estas aspiraciones son más grandes que cualquier otra cosa que nos separe. Fue por estas aspiraciones por las que se puso en marcha el puente aéreo. Fue por estas aspiraciones por las que todos los hombres libres, de cualquier lugar del mundo, se hicieron ciudadanos de Berlín. Es en la persecución de estas aspiraciones en la que una nueva generación, nuestra generación, debe dejar nuestra impronta en el mundo.

¡Pueblo de Berlín, y pueblos del mundo! La magnitud de nuestro desafío es enorme. El camino que tenemos por delante va a ser largo. Ahora bien, me presento ante vosotros para deciros que somos los herederos de la lucha por la libertad. Somos personas con una esperanza a prueba de lo que sea. Con la mirada puesta en el futuro, con determinación en nuestros corazones, vamos a recordar esta historia, a dar una respuesta a nuestro destino, a reconstruir el mundo una vez más."

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Después de siete días de la publicación de un artículo todos los comentarios necesitan aprobación.