Para cada cual que mire
el panorama español con un poco de sentido común debería ser evidente que el autonomismo, con la carga económica que supone y el efecto disgregador que ha llevado a la práctica, desde el principio en general pero muy particularmente en los últimos tiempos, está atacando la unidad de España.
Lo curioso es que no solamente no hay un movimiento serio contra el autonomismo, sino que últimamente se está potenciando aún más el mismo. En Castilla y León suenan tambores de división en la provincia de León, que considera que está siendo discriminada por el centralismo castellano. También Soria, en la misma Castilla y León, y Teruel, en Aragón, parece que están potenciando la diversidad e intentando ir de por libre. En Andalucía hay un movimiento para que las provincias del este se lo monten por su cuenta. Son solamente ejemplos.
De cuando en cuando se escuchan ecos de inventar diferencias, como cuando uno lee que quieren calificar el bable como idioma oficial, al mismo nivel que el español.
Lo que no deberían ser más que características folclóricas regionales se elevan hasta fomentar autentícas divisiones.
Por no hablar de los auténticos estados paralelos que existen ya en el País Vasco, Cataluña, Comunidad Valenciana y Baleares. Sin olvidar el caso de Galicia, con su nacionalismo identitario pepero, pero no por ello menor.
Si España sigue en esa línea va a acabar suicidándose como nación. Porque no puede haber una que soporte tanto ataque desde dentro sin al final derrumbarse.
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