La visita de Obama a España no iba a ser para tirar cohetes, desde luego, tras siete años y medio en la Casa Blanca y cuando ya está de salida, y de paso de regreso a casa de una cumbre de la Alianza Atlántica.
Pero con el acortamiento (a causa del asesinato de cinco policías en Dallas) ha quedado en prácticamente nada. Por supuesto se entiende que Obama quiera llegar a Dallas lo antes posible. Aunque perfectamente pudo posponer la visita a España para unas semanas más tarde y así poder realizarla en condiciones.
Pero está claro que lo que ha querido hacer es simplemente salir del paso, rellenado el expediente de una visita obligada, que ha durado menos de 24 horas, las cuales dividió entre Madrid y la base aeronaval estadounidense de Rota. Si ya era triste que Obama, repito, estuviera aprovechando una cumbre de la OTAN para visitar España de paso en un viaje de mero trámite, lo que finalmente ha pasado solo puede ser calificado de lamentable.
Y, ojo, que aunque Obama no es precisamente santo de mi devoción no le estoy criticando con estas palabras. Porque es únicamente un síntoma de la casi nula importancia que Estados Unidos le da como país aliado a España, la cual se ha ganado a pulso, primero con el estúpido antiamericanismo de Zapatero y luego con la casi igualmente estúpida y cobarde ambigüedad calculada de Rajoy.
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