No he seguido de cerca la
reforma de la Constitución italiana propuesta por el primer ministro, Matteo Renzi, pero me parecía sensata. Estabilidad gubernamental, elección directa, adelgazamiento de la Administración, centralización. Pero no. Los italianos son muy suyos. Han
decidido seguir con una Administración obesa y un sistema gubernamental tal vez divertido, pero completamente inestable. Pues sea. Pero sin Renzi, que ha dimitido, asumiendo como propia la derrota.
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