Durante esta semana ha tenido lugar, con más pena que gloria, el viaje de los reyes a Marruecos.
Aunque en principio nada hay que oponer al hecho de mantener unas buenas relaciones con nuestro vecino del sur, tampoco hay razón para rendirle pleitesía. Y es que Mohamed VI se ha comportado de la única forma que sabe hacerlo: con prepotencia. Prepotencia cuando se metió a saco en la política española, criticando a Aznar, gesto poco diplomático, y menos tomando en cuenta que lo hizo pocas horas antes de que Juan Carlos arribara a Marruecos. Y prepotencia cuando en el último momento ha cancelado la prevista visita de los reyes a Tetuán, antigua capital del protectorado español.
Mientras tanto la delegación española, encabezada por los reyes, hacía esfuerzos por encontrar los más rebuscados detalles para mostrar su admiración por Marruecos y sus logros. Ocultando, eso sí, con mucho cuidado todas las deficiencias democráticas, de libertad y en derechos humanos que padece el país en cuestión.
En fin, una visita que ha dado la sensación de tener por objetivo pedir disculpas porque España restituyó por la fuerza el Islote de Perejil a la situación normal, y tal vez intentar evitar otro 11-M. Y en medio de todo ello, el abandono del pueblo saharahui (un pueblo al que España debió proteger y que hoy debería defender) a la ya mencionada prepotencia del rey marroquí.
Un ejemplo, otro más, de la triste política exterior española.
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