Las elecciones legislativas venezolanas se cerraron con un inesperado (al menos para mí) apabullante triunfo de la oposición política, que obtuvieron la friolera de 112 escaños (con un 56% de los votos), frente a los 55 del partido gubernamental (con un 41% de los votos). Y todo ello pese a la evidente guerra sucia a todos los niveles desde el gobierno de Maduro.
Hay rumores de que, pese a este incontestable triunfo, el poder chavista no tenía la intención de aceptar los resultados, sino más bien dar un autogolpe para seguir manteniendo el Poder Legislativo de Venezuela en sus manos, y todo ello a través de armar a los paramilitares a su servicio; en ese escenario habría sido el ejército venezolano el que habría impuesto la aceptación del resultado adverso al Gobierno, para evitar lo que posiblemente hubiera degenerado en una guerra civil.
Con los resultados obtenidos, y a pesar el mayoritario apoyo popular conseguido en las elecciones, el futuro se torna impredecible para Venezuela. La oposición tiene la mayoría requerida en el Parlamento (dos tercios) para iniciar reformas profundas del sistema (como reformas constitucionales o buscar un referéndum revocatorio de Maduro, por ejemplo), pero está por ver si el propio Maduro y sus seguidores les van a dejar llevarlas a cabo. El presente no pinta nada bien, con la creación por parte de los gubernamentales de una especie de parlamento paralelo con el que pretenden hacerle la vida imposible a la oposición. Esperemos que al final los progubernamentales entren en razón y entiendan que han perdido las elecciones de forma estrepitosa, para evitar males mayores.
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