domingo, 24 de abril de 2005

La inmigración y mi corazón dividido

Varias veces he intentando escribir sobre el asunto de la regularización de extranjeros en situación irregular que el Gobierno está haciendo, y en todas ellas al final lo he dejado. Y es que al respecto tengo ideas encontradas.

Por un lado, entiendo que efectivamente dichas medidas regulatorias producen una especie de "efecto llamada" que hace que muchos otros extranjeros decidan iniciar su viaje a España. También está demostrado que la "bolsa" (aunque no me gusta el término) de extranjeros en situación irregular tarda menos en llenarse de lo que tarda en vaciarse. Es decir, después de cada regularización, al final entran más extranjeros que quedan en situación irregular que la cantidad de los que se han regularizado. Y a ello hay que añadir el desorden del sistema de regularización, que ha producido incluso que otros países de la Unión Europea no lo hayan visto con buenos ojos.

Pero, por otro lado, entiendo que no se puede condenar a esos extranjeros a permanecer indefinidamente en la irregularidad legal. Unos extranjeros que, recordemos, han llegado a España en su afán de lucha por encontrar un futuro mejor a base de decisión y sacrificio. Algo hay que hacer.

Aún recuerdo como en una regularización que se produjo allá por primeros de los años 90, yo ayudé en sus trámites a una amiga nicaragüense. Y también recuerdo su cara de felicidad cuando obtuvo su residencia. Y su felicidad aún mayor cuando, años después, obtuvo la nacionalidad española. Puedo recordar, cuando fue a visitar a sus familiares en Nicaragua, con cuanto orgullo me mostró en el aeropuerto su pasaporte español, que fue con el que viajó. También recuerdo que su hijo entró al poco tiempo en el ejercito español.

Nada tengo contra la regularización de los extranjeros de países latinoamericanos, los cuales se integran (salvo excepciones) sin demasiadas complicaciones en el sistema de vida español, y sus hijos, después de criarse y estudiar en España, quedan integrados en el país como cualquier español nacido en España.

En fin, un asunto que no tengo demasiado claro, la verdad. Aunque, puestos a elegir, creo que prefiero la regularización de los extranjeros en situación irregular que lleven un tiempo prudencial en el país y que no hayan infringido la ley en ningún momento.

2 comentarios:

  1. No entiendo tanto revuelto, el problema es el de siempre, una y otra vez, la burocracia del papa estado. Para que y por que tiene que tener determinado papel que acredite que tiene nacionalidad espa*ola? para que hace falta? para alquilar un piso? para trabajar mejor? simplemente por ese papel es mejor persona? el problema no es la situacion "irregular" de los inmigrantes, sino la de la intromision del estado en todos los aspectos de nuestras vidas.
    Quiero decir, en una sociedad libre, sin tanta directriz y regulacion, daria absolutamente igual de donde es cada cual, cada uno seria libre de 'cotizar' donde quisiera, cuanto quisiera y como quisiera, de asegurarse en el sistema sanitario que quisiera, y podria residir donde quisiera.
    Por la liberalizacion laboral, por la privatizacion de la sanidad publica y por la liberalizacion de la educacion! ;-)

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  2. El problema de "tanto revuelo", como dice el primer comentario, es que llegue a pasar lo que ha pasado en Roquetas y El Ejido: que admitan órdenes de expulsion por tráfico de drogas como documento para el empadronamiento. Muy bonito, poético y demagógico queda eso de ser "ciudadano del mundo". Pero eso, en la práctica y sin una base reguladora, es imposible e indeseable. Si aceptamos a todos los inmigrantes, ¿quién va a pagar los servicios que van a demandar y disfrutar?. Van a ser beneficiarios del decadente Estado del Bienstar sin ser productivos, con lo que lo llevarán más rápidamente a la que quiebra que, más tarde o más temprano tendrá lugar si no se realiza una profunda y seria reforma. No creo que haga falta incidir en el hecho de que me refiero a los irregulares. Liberalización no es, en absoluto, lo que escribe la anterior persona.
    Yo, si en mi mano estuviese, instauraría (a sabiendas de su impopularidad) un sistema de cuotas a la inmigración. Por lo dicho aneriormente: los recursos del Estado son limitados y, en el caso español, además, se proporcionan a los inmigrantes ilegales, de manera gratuita, servicios sociales, sanitarios educativos...Si queremos que estos servicios no se degraden y no aumenten las diferencias y resentimientos entre nacionales y extranjeros, el sistema de cuotas es fundamental. España debe establecer anualmente el numero de inmigrantes que realmente necesita y permitir únicamente a éstos la entrada en el territorio nacional. Esto no implica despreocuparnos de los males del mundo, sino ser conscientes de nuestras limitaciones. De los inmigrantes que entren, debería primarse a aquellos que mayores posibilidades de integración sea posible, es decir, a aquellos con nuestra misma lengua y cultura o cercanas o fácilmente integrables. Significará, igualmente, no preferir a los de culturas distintas y, en especial, a los de la islámica, por su conocida incapacidad para integrarse en sociedades distintas y con valores que colisionan frontalmente con los occidentales.
    De esta manera facilitaremos la integración de los inmigrantes en la sociedad española y evitaremos al mismo tiempo peligros futuros.

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