Desde siempre mi hijo (1998) y mi hija (2000) fueron mi vida. Intenté darles lo mejor de mí y puse todo mi interés en ellos. Por eso cuando me divorcié en 2012 fue durísimo aceptar que ambos deberían irse a vivir con su madre. Eso sucedió a finales de enero de 2013 (nos divorciamos viviendo bajo el mismo techo, lo que fue aún más duro). Yo me quedé con el apartamento y ella esperó al último día que le dio el juez para mudarse (ella y los niños). Lo hizo cuando yo estaba en el trabajo. Cuando llegué a casa y vi parte del salón (parte de los muebles quedamos que eran de los niños) y las habitaciones de mis hijos vacías me vine abajo y lloré. No soy de llorar, de hecho creo que no lloraba desde la muerte de mi madre (allá por 1995). Pero me derrumbé. Lloré, lloré y lloré. Nada tenía sentido sin mis hijos. Y no, no sentí nada espiritual. No sentí a Dios. Unicamente me sentí solo, terriblemente solo.
Pero la vida seguía. Creo que estuve en ese estado de semidepresión dos o tres días. Después poco a poco me recuperé. Sin sentir a Dios. Dejé de orar, dejé de leer la Biblia, dejé de ir a la iglesia. Me convertí en lo que yo llamo un ateo no practicante. En la práctica decidí que era mi ocasión para vivir mi vida sin rendir cuentas ante nadie. Una ocasión no buscada por mí, pero que me había llegado. Solo, sin hijos (salvo un par de fines de semana al mes y un mes al año). Los seguía echando mucho de menos, por supuesto, pero, repito, la vida seguía.
Así pasaron los días. No muchos. Una noche de luna llena estaba yo dando un pequeño paseo nocturno cuando me quedé mirando esa luna llena. No, no sentí nada. Solo me vino una pregunta a la mente. ¿Será posible que esa luna esté ahí por casualidad? Me vinieron a la mente los argumentos que ya he compartido por aquí. Y los libros sobre Jesús que cambiaron mis ideas y mi vida.
Pensé que todo sería más fácil en ese ateísmo no practicante en el que estaba viviendo. ¿Pero era ese ateísmo no practicante cierto o era solamente una ilusión que me convenía creer? Mi razón, mi sentido común, mis argumentos me dijeron que era lo segundo. Ese ateísmo no practicante era únicamente una cuestión de fe que era muy conveniente para mí en la situación en la que estaba viviendo. Así que, por decirlo así, decidí dejar de lado mi corazón y aceptar mi mente.
Volví a repasar los argumentos lógicos, el sentido común, las evidencias y regresé al cristianismo. Volví a orar, volví a leer la Biblia, volví a asistir a la iglesia.
Dos o tres semanas después de eso, mientras trabajaba, recibí una llamada de mi exesposa diciéndome, de forma resumida, que mis hijos (él de casi 15 y ella de casi 13) no querían vivir con ella sino conmigo. Que yo buscara un abogado, redactara nuevos papeles, los firmábamos, los sometíamos al juez y me los devolvía. Una semana después mis hijos estaban conmigo. Yo, que no sabía ni freír un pantalón ni lavar un huevo. No fue fácil. Pero fue.
Y volví a sentir a Dios en mi vida.
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