Lo siento, pero últimamente ando escaso de tiempo y de ideas, así que, para mantener vivo el blog, me estoy limitando a enlazar noticias que me parecen interesantes. En cualquier caso creo que he encontrado algo de tiempo y alguna idea para escribir sobre el tema del título.
Está claro que el trabajo de los periodistas es informar a sus lectores de aquello que consideran importante o interesante, sea lo que sea. Subjetivamente, aclaro, porque aquí todos somos, empezando por un servidor, subjetivos, por más objetivos que nos creamos. Así es la vida. Yo soy yo y mis circunstancias, que diría el filósofo, y eso nos hace ver las cosas de una determinada manera, muy diferente de otro cuyo yo y sus circunstancias son diferentes. Y en ese "sea lo que sea" van a ir normalmente una parte bastante de informaciones respecto a los gobernantes de turno.
Por otra parte, el trabajo de esos gobernantes es gobernar, es decir, tomar las mejores decisiones posibles para todos los gobernados, a su buen saber y entender. Esas decisiones, evidentemente, pueden ser acertadas o equivocadas, pero se espera que siempre lo sean para intentar beneficiar a los gobernados, no a los gobernantes mismos. Creo que lo anterior es bastante de Perogrullo.
Pero luego nos encontramos, por ejemplo, con que un ministro que en lugar de dedicarse a tomar decisiones para beneficiar a la gente se dedica a confeccionar listas que le benefician a él mismo (uno y dos). Y no solo él, porque en la mente de todos están los cinco días que el mismísimo Presidente del Gobierno se tomó para reflexionar sobre si se iba o se quedaba, por el simple hecho de que la prensa informaba sobre su esposa y un juez decidía investigar si ella había comedio algún tipo de delito; a lo que hay que añadir una gira dando entrevistas para criticar a los medios de comunicación que escriben negativamente de él.
Llegados a este punto vemos que dentro de los gobernantes hay una clara distorsión del papel para el que son elegidos. No están en sus puestos para opinar si los periodistas son buenos, malos o mediopensionistas; lo están para tomar decisiones que afecten positivamente a los ciudadanos del país. No están para defenderse de los ataques de esos periodistas, sino para influenciar de la mejor manera posible a los gobernados a su cargo.
Pero nos podemos encontrar con el caso de que los periodistas informen de algo que daña grandemente a los gobernantes, en forma de, por ejemplo, calumnias. En ese caso la persona dañada lo que tiene el derecho de hacer, como cualquier otro ciudadano, es acudir a los tribunales y presentar la correspondiente demanda para que sea un juez el que tome la decisión. Lo que no es de recibo es que los gobernantes, por el hecho de que se sienten ofendidos (subjetivamente, como todo hijo de vecino), decidan tomar decisiones contra los que ellos consideran los ofensores, actuando claramente como jueces y parte, a la vez que abusando de la posición de poder en la que están, usándolo para beneficio propio y no para el bien de los demás.
En una democracia que se precie los periodistas (llamados El Cuarto Poder) están para controlar al Gobierno, a la vez que el Gobierno está para ignorar a los periodistas y concentrarse en el bien de los ciudadanos. Y si los periodistas abusan de ese controlo, los gobernantes pueden acudir a la Justicia con sus quejas. Todo lo que por parte del Gobierno sea más que eso no será más que un abuso de poder, que mermará la condición democrática del país sobre el que están, hasta el punto de que, de convertirse ello en decisiones constantes o incluso una sola decisión realmente trascendente, la democracia puede dejar de serlo para convertirse en otra cosa sumamente peligrosa.
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