Pedro Sánchez, en su línea, puso todos sus esfuerzos manipuladores para que la amnistía fuera aprobada lo más lejos posible de las elecciones europeas, llegando a habilitar el mes de enero para su tramitación, porque temía que una aprobación cercana a los comicios le pasara una enorme factura. Al final, dado que a los beneficiados de la misma les pareció poco aquello, se la tumbaron y le obligaron a hacer más concesiones, lo que provocó que esa amnistía se ha venido a aprobar, ojo al dato, pocos días antes de las elecciones de ayer, lo que el líder socialista buscaba evitar como fuera.
A lo anterior hay que añadir todos los escándalos de corrupción que afectan al PSOE, que empezaron desde círculos relativamente lejanos a Sánchez, pero se han ido acercando hasta él de forma inimaginable hace poco tiempo, tocando a su mismo hermano y a su mismísima esposa.
Y tenemos que sumar las ya consabidas mentiras sobre mentiras que caracterizan al personaje, las payasadas circenses en forma de dos "cartas a la ciudadanía", sus patadones al balón en despeje largo mentando vez tras vez hasta el hartazgo las palabras "bulo" y "fango", pero sin ofrecer ni un solo dato concreto de por qué lo son, y probablemente alguna cuestión más que se me queda fuera de la memoria.
Pues ni así. En Francia a Macrón Le Pen le ha pegado un meneo de los que hacen historia, 30 a 13, mientras que en España Feijóo lo único que ha podido darle a Sánchez ha sido un pequeño tirón de orejas con un pírrico 22 a 20; y hay que recordar que se llegaba de un resultado hace cinco años en el que el PSOE ganó al PP por 21 a 13; es decir, que en las condiciones actuales lo lógico hubiera sido que los azules le metieran a los rojos al menos esos ocho; o más; pues nada, dos.
Pero en España todo es muro y bloques a los dos lados del mismo. Pues veamos como han quedado las cosas ahí, utilizando las matemáticas, que, como suelo decir, en principio es lo menos fácil de manipular. En el bloque anti-Sánchez (por decirlo de alguna manera), metemos a PP, Vox y Alvise, con un total de 31 escaños, mientras que el bloque sanchista metemos a todos los demás, que fueron los que le apoyaron en su investidura, sumando 30 asientos. Vamos, un empate en toda regla. ¿Y si hablamos de porcentajes? Pues 48.4% a 47.20%. Otro empate técnico de manual.
Leo por aquí y por allá extrapolaciones (todas ellas interesadas) a unas generales en las que supuestamente las derechas tendrían mayoría absoluta... con 177 diputados. Para empezar, esas extrapolaciones son ridículas, porque en unas generales la circunscripción es la provincia y hay que sacar al menos un 3% para obtener representación, mientras que ayer era circunscripción única y sin mínimo. Pero, y lo más importante, hablar de 177 diputados (recordemos que la absoluta es de 176 en un Congreso de 350) es tanto como jugárselo todo a una tirada de dados. Vamos, como en las últimas elecciones generales. Y ya sabemos que Sánchez al final acaba ganando por un pelo (aunque pierda). Cosa que, por cierto, también hizo ayer, porque partía de unas encuestas que le daban al PP una ventaja cercana a los diez escaños, y al final ya hemos visto en qué se ha quedado.
Y con la que está cayendo.
Así que supongo que al final todo esto le servirá a cada uno, tanto en grupo como individualmente, para decir que ha ganado. Pero la realidad es que si Puigdemont no lo remedia a Sánchez le quedan tres años en La Moncloa. Tiempo más que suficiente para que pueda llevar a la práctica sus amenazas de emprenderla contra la libertad de prensa y la independencia de los jueces. Así están las cosas.
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