Creí en Albert Rivera (lo
que se puede creer en un político, o sea, más bien poco, pero algo). Después me defraudó por su teatralidad. Por esa época empecé a ver en él una serie de tics que mostraban un cierto desequilibrio emocional, supongo que basados en determinadas circunstancias personales; nunca escribí de ello, ni entonces ni ahora, porque son meras apreciaciones mías, sin más sustento. Aquello acabó como acabó.
Después, ya fuera de la política, supimos de lo que yo mismo califiqué como su vagancia, su postureo y su egocentrismo. Ahora nos enteramos de más cosas. De que se le acusa de competencia desleal, de que mintió sobre su colegiatura y de que es una persona inestable psicológicamente (¿psiquiátricamente?).
Es increíble que un tipo así lideró un importante partido político en España e incluso tuvo posibilidades reales de convertirse en Presidente de Gobierno. Aunque, bueno, después de ver a Pedro Sánchez (y a Pablo Iglesias) no sé de qué me extraño.
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